Usualmente, vemos el fracaso como ese último paso en el que arruinamos todo un proceso que veníamos haciendo por un tiempo, y pensamos que echamos a perder todo por lo que habíamos luchado, rechazando la más mínima posibilidad de perdonarnos por semejante atrocidad que hemos cometido. La cuestión es que cualquier relación del fracaso con el fin de nuestro mundo, es errónea.
Si miramos con atención nuestras experiencias de fracaso en el pasado, nos daremos cuenta de que podemos sacar más de un punto positivo de ellas. Y es que el fracaso es una caraterística humana, que tendremos que aprender a ver como un medio de crecimiento y un impulso para mejorar en lo que nos propongamos.
No quedarnos estancados en el error es la clave. Las malas experiencias, por mucho que nos retrasen, no pueden ser un obtáculo definitivo en el camino hacia nuestra meta; siempre serán un paso más en nuestro recorrido.
Nadie quiere fracasar, es cierto. Sin embargo, también es cierto que el fracaso es algo que no podemos evitar. Estando todos expuestos a errar, debemos estar preparados para tomar todos los tropiezos como oportunidades.
¿Qué puedo aprender de mis fracasos?
La adversidad nos ayuda a moldear nuestra personalidad, nuestro cáracter, poco a poco vamos cambiando la manera en que vemos, tomamos y manejamos las cosas; nos prepara para enfrentar las dificultades y nuevos retos que vendrán en el futuro, haciéndonos sumar valor y coraje, formando en nosotros la perseverancia; nuestra disposición para vencer las barreras crece, estimulando nuestra creatividad, lo que facilita la exploración de nuevas opciones y estrategias, además de que nos motiva y añade ese impluso extra que necesitabamos para tomar decisiones firmes.
Lo importante es no tenerle miedo a la caída, puesto que nadie es inmune a enfrentar la «desgracia». Si empezamos a ver el fracaso como algo natural, estaremos dispuestos a recibirlo como una experiencia más que se suma a nuestro crecimiento.